CUANDO EL SENTIMIENTO DUERME


Contaba yo 10 años apenas, cuando asistí a tu boda el día 27 de marzo de 1949, en la hermosa iglesia de San Javier de Lídice, un pequeño poblado al pie de empinada colina donde con tus encantos naturales supiste atraer a un joven enamorado que logró llevarte ante el altar en la tarde de aquel domingo y ante aquella iglesia que ese día lucía tan hermosa para darte la bendición y unirte en matrimonio al joven que juró amarte en las buenas, en las malas y hasta que los muerte los separe.
Poco tiempo perduró aquella alegría, porqué el amor eterno que se juraron aquel día fue sometido a una cruel tormenta, que con el tiempo lo destruiría. Una madre obsesionada cuando sintió que su hijo lo perdía juró que lo recuperaría. El miedo a la soledad que aquella madre sentía se convirtió en la tormenta que dio al traste con aquella relación tan hermosa que ese día nacía. 
Trascurrió el tiempo y tu alegre sonrisa, la dulzura en tu rostro y la canción de tus labios lentamente languidecía. Tu ecuanimidad y comprensión ante la actitud hostil de aquella madre obsesiva fue minando tus fuerzas y tu alegría. Guardaste silencio ante las agresiones recibidas, toleraste más del allá del  límite de todo ser humano sin percatarte que se profundizaban tus heridas. 
Pero dio tanto el cántaro al agua hasta que se rompió un día. Los insultos y desprecios del que fuiste víctima te llevó al límite de la tolerancia y a pesar que para ese entonces llevaba en tu vientre la primera niña, abandonaste el nido ajeno e hiciste  hogar aparte con tu marido..  
Encontraste un refugio que te brindara protección ante la furia del huracán que los sacudía. Protegida de la tempestad nació tu hija, una niña hermosa, que llenó de alegría aquel nuevo hogar asediado por las fuertes lluvias de aquella tormenta. Años después nacieron nuevos descendientes, pero a pesar de la resistencia de ambos, el huracán no daba tregua.  
La madre enfurecida nunca se resignó a perder a su hijo y continuó ocasionando problemas e hizo lo imposible para recuperar lo perdido y dar al traste con un hogar que fue creciendo con amor ante la adversidad. Años más tarde, llegó lo inevitable, el muro de contención que habían construido cedió ante las fuertes lluvia de intrigas y mentiras, la rendición ante la insistente tormenta que los azotaba dio al traste con el amor que había nacido. La separación de dos almas que se amaron y dejaron huellas de su herencia fue el tributo que logró aquella madre trastornada que ocasiono momentos difíciles y dolorosos para dos jóvenes que una vez soñaron con una familia. 
Afrontaste sola y con entereza las adversidades del momento. Pudiste seguir adelante con tus hijos ante la difícil situación que estaba viviendo. Lograste rehacer tu vida al lado de tus hijos y para protegerlos construiste un nuevo nido. Durante muchos años guardaste silencio y decidiste sola curar las heridas, pero jamás te percataste que cuando el sentimiento duerme la enfermedad despierta.   
El primero en sufrir las consecuencias fue aquel joven que una vez te juró amor eterno y por debilidad en la defensa perdió un hogar y una familia; vagó sin rumbo y al final la tristeza y soledad acabó con su vida. Aquello para ti fue una pérdida que lloraste a solas y en silencio. 
Con el dolor a cuesta continuaste el camino, buscaste refugio en la familia y sublimaste el duelo en la pintura pero no fue suficiente para aliviar las penas que llevabas contigo. Tu dolor reprimido te fue consumiendo, hasta que un día las huellas de tu dolor en la piel fueron apareciendo. Manchas que solo desaparecieron cuando llegaste al mundo donde no existe espacio ni tiempo, donde no hay dolor ni resentimiento y pudiste encontrar de nuevo al joven que una vez te juró amor eterno. 

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