LA CARTA

Salí muy temprano de mi hogar rumbo a mi trabajo, como acostumbraba hacerlo todos los días. Trabajaba ocho horas diarias en una empresa y luego en la noche asistía a mis clases en la universidad. Los sábados y domingos estudiaba para los exámenes. Y así, cada día era una rutina. Sentía que mi vida era aburrida y sin sentido. Pasaba noches enteras sin  dormir pensado en lo aburrido de mi existencia. Muchas veces lloré sin saber por que lo hacía. No entendía lo de mi malestar. Era joven, con todos los encantos de la juventud, vivía en un hogar feliz con el amor de mis padres y de mis hermanos; sin embargo, no me sentía feliz con nada ni con nadie. No comprendía lo que me sucedía. 

Una mañana, hablé con mi padre y le dije que quería irme a otra región del país a buscar trabajo y seguir estudiando. Quería cambiar de ambiente. 

Mis padres me comprendieron y aceptaron mi petición. Me fui a otro ciudad, lejos de mi familia. Encontré trabajo e inicié otra carrera universitaria. Tres meses después, me sentía igual o peor de cuando me alejé del hogar materno. Llamé a mi padre y le expliqué cuanto me sucedía. Él me pidió un poco de paciencia hasta que me adaptara a mi nueva situación, sin embargo, no soportaba aquel ambiente. Decidí buscar trabajo en otra empresa, en otro lugar, y así lo informé a mi padre. En vista de mi experiencia, logré encontrar un nuevo empleo y continuar mis estudios, sin embargo, no me sentía satisfecha con lo que hacía. Al final,  decidí volver a casa. Mi llegada fue una fiesta familiar, todos estaban felices  por mi retorno, menos Yo. 
 
           
      Al siguiente día de arribar  a casa, comuniqué a mis padres la decisión de marcharme a otro país. Mi madre lloró aquella noticia. Mi padre escuchó en silencio tal decisión. El día de la partida, todos asistieron al aeropuerto a despedirme. Mi madre y mis hermanos me despidieron con lágrimas. Mi padre, muy sereno, me dio un beso en la frente y colocó en mis manos una carta, exigiéndome que no lo abriera sino cuando estuviera en nuevas dificultades y me sintiera mal.  

      Llegué a un país extraño, sin conocer su gente y su lengua. Me inscribí en un curso de idiomas, requisito indispensable para ingresar a la universidad. A los cinco meses abandoné los estudios. Busqué trabajo, y conseguí empleo en una tienda pero no me sentía a gusto con lo que hacía. Una noche, cuando entré a la habitación donde me hospedaba, me eché sobre la cama con la mirada fija en el techo. Me sentía muy deprimida. Quise dormir pero no pude, comencé a llorar. Entonces, recordé la carta que me dio mi padre,  la busqué en la gaveta de mi mesa de noche  e inicié su lectura.     

La carta
    
Querida hija
   
Has vivido con nosotros durante veintidós años, has tenido todo cuanto has querido, incluyendo amor, comprensión y calor familiar. Un día decidiste buscar trabajo y estudiar en las noches. Tu madre y yo lo aceptamos sin reproches, sin embargo, no te sentías feliz con lo que hacías. En varias oportunidades cambiaste de ciudad, de trabajo y de estudios; y con todo ello, continuaba tu malestar. Ahora, te encuentras a miles de kilómetros lejos de casa y continúas con los mismos problemas. ¿Sabes por qué? Porque el problema lo llevas contigo, porque el problema eres tú. No busques afuera las causas de tus males, por que ellos están adentró de ti. Son tus propios conflictos interiores los que empañan el cristal con que miras al mundo y los que te impiden encontrar el camino para alcanzar tus metas. Es la confusión en tus pensamientos y emociones que te llevan a navegar a la deriva sin encontrar una ruta y un puerto seguro  donde llegar. Son tus decisiones  improvisadas y sin objetivos, lo que te lleva a repetir  hechos y situaciones que al final terminan en fracasos y mayores confusiones. 
   
      Hija mía, eres joven y tienes todas las oportunidades que la vida te ofrece. Tienes un pasado corto y un futuro inmenso por descubrir. Detén tu marcha vaga y sin sentido. Y ahora, reflexiona sobre tus sueños. Escucha la voz de tu corazón por que ese no te engaña. Sueña con lo que más deseas, pero lucha infatigablemente por hacerlo realidad. Se perseverante con tus sueños y asume sin temor el riesgo al resultado final. Clarifica tus objetivos y dibuja el mapa de la ruta a seguir.  Y luego, con la mirada en el horizonte, inicia el camino hasta lograr el éxito deseado y  recuerda que para lograr el éxito en la vida, es necesario querer tenerlo, saber como tenerlo y darse el tiempo suficiente para alcanzarlo.

Tu padre, que te quiere.

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