Nací y crecí en una familia
tradicional, una familia unida y feliz. Una familia donde mis padres nos
enseñaron un modelo de vida, una forma de vivir. De amarnos unos a los otros y
luchar siempre juntos ante la adversidad. En nuestro hogar hubo respeto,
afecto, normas de comportamiento y sano compartir familiar y social. Fue el espejo
donde me miré siempre y mi ilusión a seguir.
Cuando entré en la madurez,
comprendí que había llegado la hora de ser útil y sentir que alguien me
necesitaba. Arrimé mi hombro para brindar apoyo al núcleo familiar que me
vio nacer y crecer. Luego, con el andar del tiempo aspiré construir
mi propio hogar y tener una nueva familia. Llevé siempre conmigo el modelo de
hogar donde me formé. Fue mi norte, mi esperanza de vida, mi modelo a
seguir.
Intenté en dos oportunidades aplicar
el modelo de vida que me enseñaron mis padres, sin embargo, en ambos casos el
resultado fue fallido. Las frágiles bases que sustentaban la relación cedieron
ante el paso del tiempo y al final todo se derrumbó. La experiencia me enseñó
que un hogar no se construye con la suma de las partes, que se necesita algo
más. Se necesita integrar un todo, donde confluyan personas, vivencias,
intenciones de luchar juntos, de mirar en una misma dirección, pero lo más
importante es que el afecto, la intimidad y el compromiso siempre estén presentes.
Mi intento fallido me generó una
gran frustración y tristeza porque no pude hacer realidad lo que en ese momento
era mi mayor aspiración, sin embargo, con el dolor a cuesta no cedí ante la
dificultad del momento ni perdí la esperanza de encontrar una nueva oportunidad
a la ilusión que sentía. No busque culpable al resultado obtenido porque
comprendí que fui parte del problema. Quedaron tres hijos en la frontera que me
dieron esperanza de vida y una razón para vivir. Quedaron huellas que dejaron
secuelas, abrieron heridas y dejaron penas; todas ellas las superé con el
tiempo sin perder el horizonte ni las esperanzas de alcanzar el objetivo
ansiado. Debo confesar que la experiencia me dejó mucha incertidumbre de un
nuevo comienzo, pero la incertidumbre que sentía de iniciar una tercera
relación a pesar de la experiencia vivida no fue obstáculo para intentarlo
nuevamente, ni tampoco, de apartarme de los principios que llevaba conmigo.
Varios años después, tuve la
oportunidad de compartir algunos momentos agradables con la que hoy sería mi
nueva pareja. Durante nuestras charlas, hablamos de nuestras vidas, de su
fracaso y de los míos, de mis hijos y de los suyos, de la situación que para el
momento, ambos vivíamos. Me encontraba ante una mujer adulta, luchadora, con
ideas afines y entusiasmo de empezar de nuevo. Ella provenía de un grupo
familiar estable y unido, una separación conyugal anterior y dos hijos por
quien luchar. Se parecían tanto nuestras vidas, que sin volver la vista atrás
decidí intentar una relación de pareja con ella. Fue así, como un buen día nos
unimos en matrimonio y en viaje de luna miel nos embarcamos con cinco hijos en
un crucero por el mar Caribe en un agradable viaje familiar.
Durante nuestra vida conyugal,
asumimos el compromiso de establecer una nueva identidad familiar. y formar un
hogar en armonía, donde sus hijos y los míos disfrutaran por igual todos los
momentos. Los tuyos y los míos siempre anduvieron juntos, sin embargo, llegó el
día en que sentimos que faltaba algo y decidimos crear lo nuestro. Así, llegó
el eslabón que faltaba en la cadena, entonces, se dio inició al proceso de
construir una familia ensamblada donde todos los miembros tuviesen los mismos
derechos y deberes.
Durante los años de convivencia
logramos juntos construir un hogar y una familia unida por valores de afecto,
unión, solidaridad, respeto, comprensión, sinceridad y perdón. Allí no hubo
imposición de parentesco como padrastro, madrastra, hermanastro; los hijos se
llamaban por su nombre, no hubo barreras entre ellos, sino más bien, lazos
afectivos. Mantuvimos una sana relación con los padres biológicos de los hijos,
con el fin de evitar resentimientos que pudiesen interferir con la sana
relación y convivencia familiar que estábamos construyendo. Anduvimos y
participamos juntos en diferentes actividades sin diferencia de ninguna clase.
Estimulamos el acercamiento entre los diferentes miembros del grupo familiar.
Se respetó la intimidad y acercamiento de los hijos con sus padres naturales
para compartir vivencias y recuerdos junto a ellos.
Decidimos remar juntos en la misma
dirección y apoyarnos ante las dificultades. Buscamos acercamiento hacia
nuestras familias naturales tratando de fortalecer aún más los lazos afectivos
y consolidar aún más la unión familiar que estábamos construyendo. Viajamos
juntos a diferentes países, compartimos momentos de felicidad y de tristeza.
Tuvimos la dicha de ver crecer felizmente a nuestros hijos en un ambiente de
paz y armonía, pero también, de sentir las lágrimas correr por nuestras
mejillas cuando llegó el día de verlos cruzar otros mares, otros cielos,
buscando un lugar donde hacer realidad sus sueños.
Hoy, estamos aquí en el
otoño de la vida, los dos juntos y el nido vacío, pero felices ante la realidad
de nuestros sueños. Y aunque parezca que concluye algo, aún sigue, porque queda
tiempo para ver los años pasar y la nueva semilla crecer.
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