UN HORIZONTE EN MI CAMINO

Nací y crecí en una familia tradicional, una familia unida y feliz. Una familia donde mis padres nos enseñaron un modelo de vida, una forma de vivir. De amarnos unos a los otros y luchar siempre juntos ante la adversidad. En nuestro hogar hubo respeto, afecto, normas de comportamiento y sano compartir familiar y social. Fue el espejo donde me miré y al horizonte que pretendí siempre llegar. 
Durante los primeros años de la infancia sentí amor y protección materna, fue así como ese afecto se convirtió en mi primer amor. Con el paso de los años el amor recibido encontró otros caminos y en las siguientes etapas del desarrollo el afecto recibido se transformó en amar y proteger lo cual cristalizó en la etapa adulta cuando sentí la inquietud de dar amor y protección.

Esta historia narra las vivencias afectivas que experimenté  en las diferentes etapas del desarrollo, intentando con ello encontrar un horizonte en mi camino  y sembrar el modelo de hogar que me enseñaron mis padres.
En los últimos años de mi infancia cuando aparecieron los primeros cambios biológicos y psicológicos propios de esta edad encontré una joven con la cual compartí mis afectos. Este amor de contemplación y soñar despierto estuvo lleno de fantasías de niño que dejó en mi vida una riqueza interior indescriptible. 
En el  inicio de mi adolescencia apareció un segundo afecto que llenó el espacio que había quedado vacío. Esta segunda vez estuvo llena de momentos muy agradables, sin embargo como todo comienzo siempre tiene un final llegó la despedida. Fue una relación sana entre dos jóvenes que los unía un sentimiento mutuo de apego, sin otro propósito que el de compartir momentos agradables y llenar espacios que hasta ese momento permanecían vacíos. 
Un tercer amor llegó a mi puerta e inundó mi adolescencia. Sentí la necesidad de compartir un presente y un futuro. Sin embargo, como el amor está en la piel y la distancia lo disipa, ésta última marcó la pauta y dictó el final. La experiencia vivida no dejó resentimientos ni traumas que lamentar, sólo bellos recuerdos y agradecimientos por ayudarme a crecer como persona. 
En mi edad adulta, Inspirado en el modelo de hogar donde nací y crecí, elegí una pareja con quien compartir, donde la intimidad y el compromiso fuesen los pilares fundamentales del presente y el futuro a construir. Sin embargo, la edad juvenil y la visión de concebir el mundo de mi cónyuge colocó obstáculos en la ruta a seguir. La visión de concebir la relación de pareja no era la misma y la frustración fue mutua llegando a su fin pero dejando un vínculo afectivo de una niña que quedó en la frontera. 
A pesar de la experiencia vivida, insistí en la búsqueda de construir un hogar similar al modelo que tuve en mi grupo familiar el cual me brindó la mayor suma de estabilidad emocional posible. Así logré establecer una segunda relación conyugal pero la alteración anímica de mi pareja con profundas raíces en su infancia fue creando fisuras en la relación de pareja y no permitió el avance más allá de los seis años de convivencia dejando nuevamente un vínculo afectivo de dos hijos en la frontera. 
Mantuve un constante y permanente vínculo  afectivo con mis tres hijos porque sentía un amor inmenso por ellos e insistí en la búsqueda de rehacer mi hogar nuevamente para estar con ellos por siempre.
Las pérdidas anteriores dejaron huellas en mi estado anímico, sin embargo, el tiempo se encargó de sanar mis heridas y dejar una ventana abierta para un tercer intento. A pesar de la incertidumbre en la cual estaba sumergido no perdí la esperanza de alcanzar el objetivo deseado de formar el modelo de hogar que mis padres me enseñaron. Por un instante sentí el temor al fracaso de un nuevo intento y pensé regresar al pasado y reconstruir sobre las cenizas pero bastó unos pocos momentos de diálogo con aquel ayer para darme cuenta que persistían las mismas diferencias y contradicciones de ese entonces. Sabía que construir sobre esas cenizas se repetiría la misma historia con el mismo final de la primera vez, fue así como tomé la decisión de no intentarlo. 
Pasaron los meses y se fue desvaneciendo mi obsesión, hasta que llegó el día que me topé con una mujer con la cual pude dialogar. Al explorar nuestras vidas concluimos que nos reflejamos en el mismo espejo. Fueron tan iguales nuestras vidas que decidimos unirlas, no para contemplar uno al otro, sino para caminar juntos en una misma dirección y construir un hogar que perdure en el tiempo. 
Con ese horizonte en nuestros corazones trazamos nuestro rumbo y logramos establecer un hogar con la ilusión de hacer realidad nuestro sueño. Con el nacimiento de una nueva hija logramos ensamblar una familia y lograr la unión de los tuyos, los míos y lo nuestro. 

Hoy me encuentro aquí, con el tiempo contado pero con los sueños logrados. Estoy en compañía de aquella que caminó conmigo en la misma dirección con la firme intención de lograr juntos llegar hasta aquí. Hoy la soledad del nido vacío es nuestra fiel compañía pero si volvemos la vista atrás nos daremos cuenta de que concluye algo que aún sigue, porque queda tiempo para ver los años pasar y ver la semilla crecer.

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