LETRAS A UNA MADRE AUSENTE



“Lo que se escribe con amor no envejece: se convierte en refugio.”

 

Prólogo

Hay palabras que no envejecen, que no se desgastan con el tiempo, porque nacen del amor más profundo y de la voluntad de permanecer. Este texto —más que una obra— es un abrazo extendido hacia el futuro, una conversación íntima entre un padre y sus hijos, entre un hombre y su memoria, entre el alma y su legado.

Aquí no se escribe para impresionar, sino para acompañar. Cada página es un gesto de ternura, una confesión valiente, una semilla de unidad sembrada en tierra fértil. Quien lea estas líneas no encontrará respuestas definitivas, pero sí hallará preguntas que iluminan, silencios que abrazan, y verdades que no temen mostrarse vulnerables.

Este prólogo no pretende explicar lo que sigue, sino abrir la puerta con respeto y emoción. Porque lo que está por leerse no es solo literatura: es vida compartida, es amor que se escribe para no olvidarse, es un padre que se convierte en palabra para seguir siendo presencia.

 

LETRAS A UNA MADRE AUSENTE

Madre, desde aquí hasta donde te encuentres, en la eternidad, te envío mis palabras de eterno agradecimiento por darme la vida y enseñarme a vivir.

Quiero bendecir el abrigo y la calidez de tu vientre, el día maravilloso en que me diste a luz y las horas en que tu mano guió mi niñez. Bendigo tu tiempo incansable para enseñarme a crecer y la luz de tus ojos que iluminó mi camino hasta donde te fue permitido ver. Y por último, quiero agradecerte eternamente todo cuanto de ti aprendí.

Aprendí que la vida es lo que yo pienso y hago de ella; que mi camino lo forjo al andar y que cada paso estará marcado por mis valores, tus enseñanzas y lo que yo mismo decida crear en cada minuto de mi existencia.

Aprendí que nada es eterno como yo quisiera, porque algún día tendremos que despedirnos de los seres queridos: unos se van con la promesa de un retorno y otros, para no regresar jamás. Aprendí que cuando esté a solas conmigo mismo y revise la historia de mi vida, me daré cuenta de todo cuanto hice o dejé de hacer, de mis errores y mis aciertos. Todo estará escrito allí, y no podré borrar, aunque quisiera, ni una sola página de lo ya vivido.

Aprendí que al final de la ruta, cuando me sienta cansado y sin fuerzas para continuar, deberé detener la marcha y, antes de que se oculte el sol, mirar hacia atrás para comprender que aunque algo concluye, la vida sigue. Porque aún queda tiempo para ver los años pasar y la nueva semilla crecer.

A ti, madre, mi eterno agradecimiento.


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