💌 Dedicatoria
A ti, mi eterna compañera de vida, te dedico estas palabras, estas y las que nunca se dijeron. Porque cuando te encontré, encontré también el abrigo que mi alma buscaba. Y aquel viejo barco que un día dibujé, dejó de ser naufragio para convertirse en hogar.
CUANDO TE ENCONTRÉ
Cuando te encontré, yo andaba perdido en la nostalgia, corriendo tras el viento, persiguiendo un pasado que solo vivía en mi pensamiento. Navegaba sin rumbo, buscando abrigo para las cobijas frías de aquellos tiempos, ansiando un afecto que aliviara la tristeza y acompañara la soledad que me abrazaba cada mañana al despertar, cuando notaba la ausencia de los seres que amaba.Llegué a ti en el viejo barco que un día dibujé en medio de la añoranza. Y cuando iniciamos juntos un nuevo camino, una hermosa tarde te lo regalé. Desde entonces, hasta el sol de nuestros días, ese cuadro permanece colgado en la pared, como testigo silencioso de nuestro encuentro.
Ese barco abandonado en la arena de una playa solitaria, con la madera ennegrecida y el ancla corroída por el tiempo, era yo. Era el reflejo de la tristeza y la soledad que me consumían por dentro en aquel momento.
Han pasado muchos años desde aquel primer encuentro. Por efecto de unas pocas copas de vino, nuestras vidas se vieron tan iguales que decidimos andar juntos el mismo camino. Construimos nuestro nido, primero con los tuyos y los míos, y luego, con el feliz nacimiento de lo esperado, con los tuyos, los míos y lo nuestro.
Cuando miro aquel barco que un día dibujé, me llegan los recuerdos del feliz día en que te encontré. Desde ese instante, la nostalgia se desvaneció y detuve la carrera tras el viento, dejando atrás el recuerdo que tanto añoré.
Hoy seguimos juntos, después de tantos años de aquel encuentro. Ahora con el nido vacío, pero lleno de sentimientos. Solo nos queda contemplar los años pasar y ver crecer la nueva semilla de los tuyos, los míos y lo nuestro.
🧩 EpílogoEl tiempo hizo su obra, pero no ha borrado el trazo de aquel barco ni el calor de aquel encuentro. Hoy, en la calma de los días compartidos, entendemos que el amor no siempre llega con estruendo, sino como una brisa que se instala, como una mirada que se queda, como un cuadro que no envejece.
El nido está vacío, sí, pero no deshabitado. Lo habitan los recuerdos, las risas, las lágrimas, los silencios compartidos. Lo habita la certeza de que lo vivido fue auténtico, y que lo que sembramos sigue floreciendo en otros corazones.
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