¿Quién gobierna tu vida: el humano que razona o el chimpancé que reacciona?
José y Juliana celebraban cuarenta años de vida conyugal. Durante todo ese tiempo juntos, José había desarrollado una forma de actuar y sentir como si estuviese permanentemente enfadado. A pesar de la actitud hostil de su marido, Juliana era feliz; José era su amor eterno y ella siempre buscaba que él se sintiera bien. Sin embargo, le preocupaba su poca tolerancia a las dificultades y el conflicto constante que parecía mantener consigo mismo.
El día de su aniversario, Juliana le preparó una exquisita cena sorpresa. Colocó un bello ramo de flores sobre la mesa y roció el ambiente con fragancia a rosas para esperar a su amado. Cuando José entró al comedor y percibió el aroma, exclamó: —¡Uf, qué olor tan desagradable! —Mi amor, es fragancia de rosas frescas —respondió Juliana con dulzura. —Pues deben de ser rosas podridas —replicó él. —Bueno, solo quería que tuviéramos un día agradable —dijo ella, tratando de calmar la situación. —¿Sabes qué día es hoy? —preguntó. —Otro día más —respondió José, indiferente. —No, amor, no es un día cualquiera. Hoy cumplimos cuarenta años de casados —dijo Juliana—. Y preparé esta cena para que lo celebremos.
Mientras cenaban, Juliana decidió hablar. —Amor, quisiera comentar algo contigo. Estuve leyendo el libro La paradoja del chimpancé, del psiquiatra Steve Peters. Él explica que en nuestro cerebro hay dos zonas que influyen en la conducta: una encargada de los pensamientos y otra responsable de las emociones. La primera es el ser humano racional, pero la segunda es un chimpancé que todos llevamos dentro. Cualquiera de las dos puede tomar el control de tu vida.
Juliana continuó: —El humano y el chimpancé tienen personalidades y formas de actuar distintas. Uno de los secretos del éxito y la felicidad consiste en aprender a gestionar a tu chimpancé para impedir que te ataque. Cuando el chimpancé asume el control, nos llena de pensamientos y sentimientos que pueden ser constructivos, pero también muy destructivos. No es bueno ni malo, simplemente es nuestro chimpancé. La paradoja es que puede ser tu mejor amigo o tu peor enemigo; el secreto está en aprender a controlarlo.
—¿Y qué me quieres decir con todo eso? —preguntó José en tono molesto. —Nada, amor. Buen provecho —respondió Juliana, comprendiendo que no era el momento.
Reflexión: Las personas que viven enfadadas suelen tener dificultades para expresar sus verdaderas emociones. Detrás de un enfado casi siempre hay un motivo oculto, aunque a veces parezca no existir ninguno.
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