DOS CRUCES
“Hay canciones que no solo se escuchan: se viven, se sueñan, se recuerdan.”
En un atardecer de esos tantos que invitan a soñar despiertos, tenía apenas doce años cuando escuché por primera vez la canción Dos cruces, del compositor español Carmelo Larrea, nacido en Bilbao el 7 de julio de 1908.
Interpretada por Juan Legido junto a los Churumbeles de España, aquella melodía me tocó el alma, justo en ese rincón donde anidan los recuerdos que el tiempo nos deja. Al escucharla, me vi en Sevilla, bajo una luna plateada que parecía testigo de mis emociones. Aunque entonces no conocía esa ciudad que gravitaba en mi imaginación, la fantasía propia de la infancia me hacía recorrer las calles del Barrio de Santa Cruz y descansar en la plaza de Doña Elvira.
Con los años, aquellas ensoñaciones infantiles se fueron disipando, pero la canción permaneció viva en mí. Cada vez que la escuchaba, mi mente me llevaba de regreso a esos momentos hermosos, como si el tiempo se plegara para abrazarme.
Pasaron 42 años desde aquel primer encuentro con Dos cruces, cuando viajé a España y estuve en Denia, Alicante, visitando la tierra natal de mi esposa. En uno de esos días que disfruté del puerto, las playas, la vista del Montgó y las caminatas por la calle Marqués de Campo, sentí el llamado de aquella ciudad dormida en mi interior: Sevilla, la de la luna plateada. Así fue como decidimos emprender un tour hacia esa ciudad soñada. Tras varias horas de viaje y paisajes que parecían salidos de un lienzo, llegamos a la capital andaluza. Visitamos diversos lugares, entre ellos el casco antiguo, donde se encuentran los encantadores Jardines de Murillo.
Al bajar del autobús, me encontré de frente con el Barrio de Santa Cruz. La sorpresa y la alegría me invadieron. Mi mente viajó en el tiempo y sentí la felicidad del niño que aún habita en mí. Caminé por sus estrechas y hermosas calles, y me senté en la plaza de Doña Elvira. Allí, las notas de Dos cruces volvieron a mi pensamiento, trayendo consigo las vivencias de aquel ayer que nunca se fue del todo.
Epílogo
Hay canciones que nos acompañan como testigos silenciosos de lo que fuimos y de lo que aún somos. Dos cruces no solo fue una melodía: fue un puente entre la fantasía y la realidad, entre el niño que soñaba y el hombre que cumplió su sueño.
Porque a veces, los sueños no se desvanecen… simplemente esperan el momento justo para hacerse verdad.
DOS CRUCES
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